Por Vicenç Navarro
La crisis actual está teniendo un enorme impacto en los hábitos de consumo de la población de los países de la Eurozona, y muy en particular en los periféricos de tal comunidad monetaria. Varias encuestas de consumo muestran que las clases populares han disminuido su capacidad adquisitiva, lo que les fuerza a comprar productos más baratos que en periodos anteriores. Y entre ellos, productos cárnicos que han sufrido cambios notables a base de variar su composición, sin que el consumidor sea consciente de tales cambios. Entre estos cambios está la sustitución de carnes de ternera y otros animales por carne de caballo.
La causa de tal sustitución es fácil de entender. Un kilo de carne de caballo cuesta 66 centavos. Un kilo de carne de ternera cuesta casi cuatro dólares. De ahí la sustitución de una por la otra, lo cual explica la muy amplia generalización de esta práctica en muchas empresas cárnicas, sustitución que no es ni nueva ni tan desconocida como ahora se pretende hacer creer. El único que parece que no lo sabía es el consumidor. Ha contribuido a esta ignorancia la reducción de los inspectores sanitarios controladores del alimento, resultado de los grandes recortes de empleo público. El caso más claro es el británico, en el que los recortes de la inspección sanitaria por el gobierno liberal-conservador han sido muy acentuados.
Tal práctica de sustitución se inició y agravó en gran medida en Irlanda, uno de los países donde la crisis financiera y económica ha sido más acentuada. En realidad la crisis significó que el coste de mantenimiento de caballos aumentó considerablemente, forzando su sacrificio. Irlanda, que había sido uno de los países de la UE con más caballos por 10.000 habitantes, vio un enorme sacrificio de caballos durante la crisis. Sus mataderos pasaron de sacrificar 2.000 caballos en el año 2008 a 25.000 en el 2012. E Irlanda se convirtió en el mayor exportador de carne de caballo, empaquetada como “carne”, sin más (ver Conn Hallinan “The Great Horsemeat Crisis”. Counterpunch 25.02.13). Este aumento tan notable de carne no pasó desapercibido. Antes al contrario. Fue la causa de que se detectara que algo estaba pasando, como así era. Fue así como se fue descubriendo que otros países, además de Irlanda, también habían estado exportando gran cantidad de carne de res (“beef”) que era en realidad carne de caballo. Y así apareció el gran escándalo. Ikea ha dejado de servir en sus almacenes las famosas albóndigas suecas por estar “contaminadas” de carne de caballo.
En realidad, no hay nada malo o peligroso en comer carne de caballo. Lo único es que es de diferente calidad. Pero lo más criticado es que no se ha informado a la población de ello. En muchas culturas, al caballo se le percibe como al perro, un animal doméstico al que, en el caso del caballo, se viste incluso de cierta nobleza. Repasando artículos para preparar éste, me llamó la atención leer que hace años en Irlanda, por ejemplo, las clases populares (que eran irlandeses) no podían poseer caballos. Sólo las élites gobernantes, los ingleses que controlaban Irlanda, podían tenerlos. El caballo era, como también lo es en la cultura británica, un animal definido como noble, es decir, de uso para el esparcimiento de la nobleza. Ni que decir tiene que muchas cosas han variado desde que estas percepciones estaban generalizadas en aquellos países. Pero el llamado escándalo “de la carne de caballo” tiene poco que ver con la nobleza, excepto que la búsqueda del máximo beneficio, por un lado, y la creciente disminución de la capacidad adquisitiva de la población, por el otro, han llevado a esta situación en que incluso los símbolos se redefinen, todo ello sin que al ciudadano se le informe. El mercado (nunca mejor dicho “con su mano invisible”) es el que define la realidad. En este caso, además de invisible, la mano ha sido oculta y escondida, hasta que se descubrió.
Publicado o 09/03/2013 en www.nuevatribuna.es
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