Un artículo de Juan Torres López
 Uno de los grandes objetivos de las políticas neoliberales ha sido y  sigue siendo debilitar a los sindicatos y han tratado de conseguirlo de  muchas formas. 
 Tratan de convencer a los trabajadores de que conseguirán obtener más  beneficios si negocian por su cuenta las condiciones de trabajo. Una  estupidez evidente pero que logra calar muchas veces cuando al mismo  tiempo y por todos lados se difunden ideas y valores individualistas y  el rechazo a la cooperación y a la solidaridad para hacer creer a las  personas que su futuro depende solo de lo que ellas hagan y no de su  relación con todas las demás. 
 Suelen decir también que los sindicatos solo luchan por los intereses de  sus afiliados pero la realidad es que todas las conquistas sociales que  se han ido alcanzando a lo largo de la historia se han logrado gracias a  la presión sindical y que de ellas se han beneficiado no solo los  afiliados sino siempre la totalidad de los trabajadores. 
 A menudo difaman a los líderes sindicales. Y así hemos llegado a ver que  los medios de comunicación que suelen ser propiedad de la gran empresa  dedican ríos de tinta a tratar de denunciar que un sindicalista tienen  un piso de 120 metros cuadrados o dos coches sin que digan nada  presidentes de la patronal o de empresarios que son simples estafadores y  sin mencionar que, en realidad, la inmensa mayoría de los afiliados y  dirigentes de los sindicatos viven mucho más que modestamente. 
 Los críticos de los sindicatos les acusan de que son ellos los culpables  de la baja productividad o de que las empresas no sean competitivas por  su culpa, sin mencionar que es el esfuerzo diario de millones de  trabajadores, y entre ellos los que están afiliados, es lo que hace que  las empresas produzcan, salgan adelante y proporcionen beneficios a sus  propietarios. 
 Se acusa a los sindicatos de gastar mucho dinero público pero cuando se  dice eso no se compara lo que llega a quienes  organizan y defienden a  los trabajadores con lo que reciben directa e indirectamente  instituciones como las iglesia católica, las patronales, los partidos  políticos, las grandes empresas y las grandes fortunas y corporaciones. Y  los mismos que denigran a los sindicatos porque según ellos derrochan  el dinero son los que nunca piden que se tire de la manta de la economía  sumergida, del fraude fiscal o que se prohíban de una vez los paraísos  fiscales y los grandes privilegios de los grandes capitales y  patrimonios. Y, sobre todo, no se dignan reconocer el hecho evidente de  que si no fuese por ese dinero que reciben los sindicatos a los  trabajadores les costaría mucho más defender sus derechos y vivirían en  peores condiciones. 
 No voy a decir que todo lo que hacen los sindicatos está bien. Como en  todas las organizaciones humanas hay oportunistas, burócratas y supongo  que docenas de personas deshonestas y vendidas al enemigo. Pero me niego  a aceptar que haya más que en otros lugares y, sobre todo, no estoy  dispuesto a juzgarlos como si hicieran más daño que otras personas,  instituciones u organizaciones que son responsables del padecimiento y  la muerte de cientos de millones de personas, de las crisis que nos  asolan y de los crímenes que pasan por ser grandes pelotazos  financieros, como se nos quiere hacer creer. 
 Puede ser que haya sindicatos en donde una parte mayor o menor de sus  dirigentes hayan sido en algún momento vencidos por las ideas  neoliberales pero ni siquiera así admite comparación el daño que hayan  podido producir con el que diariamente hacen quienes trabajan para  el  capital. 
 Los sindicatos son, simplemente, trabajadores normales y corrientes que  se organizan. No conozco a muchos millonarios que se hayan afiliado en  organizaciones sindicales para hacer carrera allí. Y su fuerza, la  eficacia de su actuación y el éxito de su lucha depende de que no sean  unos pocos sino muchos y dispuestos a no dejar pasar ni una brizna de  corrupción ni cobardía. 
 Se puede admitir, porque es verdad, que los principales sindicatos  españoles han perdido una gran parte de autonomía en los últimos años y  que eso se ha traducido en un mayor sometimiento al poder económico y  político. Pero es una falacia creer que eso se debe solo a la simple  voluntad o a la "maldad" de los propios sindicalistas. Muchos de ellos  habrán podido creer, yo creo que erróneamente, que la vía de la  financiación pública era la que les llevaba a disponer de mayor fuerza y  capacidad de acción. Pero ni siquiera eso es culpa exclsuivamente suya.  Si hubiese muchos más miles de afiliados, si las clases  trabajadoras  no fuesen tan conservadoras y no hubieran asumido con tanta decisión los  valores neoliberales, si en lugar de criticar desde fuera hubiese  muchos miles más de afiliados presentes en sus asambleas, quizá los  sindicatos no habrían terminado por ser tan dependientes y su trabajo a  veces tan insatisfactorio y frustrante. Y es por ello que, si es que eso  es un problema fundamental, tiene una solución que no puede ser la de  abandonarlos a su suerte, como pregonan las derechas y muchos  izquierdistas, sino la de estar con ellos, apoyarlos y unirse a su lucha  para hacer que ésta sea de verdad la que convenga a todos los  trabajadores. 
 Porque, con independencia de las preferencias ideológicas y de los  prejuicios, las consecuencias de que haya sindicatos más o menos fuertes  están bastantes claras. Allí donde los sindicatos son más débiles, allí  donde hay menos afiliación sindical, allí donde su capacidad de  negociación es menor, allí es donde viven peor los trabajadores, y no  solo ellos, sino también las clases medias y los pequeños y medianos  empresarios. Y, al mismo, tiempo, allí donde los poderosos quieren tener  expedito su poder para ganar dinero y abusar de los trabajadores lo  primero que hacen es acabar con los sindicatos y con los sindicalistas,  matándolos si hace falta, como ha ocurrido y ocurre en tantos lugares  del mundo. 
 Así lo subrayaba hace un tiempo el Premio Nobel de Economía Paul Krugman. En una conferencia ante la Labor and Employment Relations Association (LERA) de Estados Unidos  decía que la menor afiliación sindical suponía que ese país había  "perdido algo fundamental para mantener una sociedad decente". 
 El Premio Nobel señalaba que la menor afiliación y las mayores  dificultades para que los trabajadores se unieran a los sindicatos y así  pudieran negociar mejor sus condiciones de trabajo eran una de las  causas que provocaban el gran incremento de la desigualdad. Incluso  mencionó investigaciones que habían puesto de relieve que un tercio de  la diferencia en la desigualdad entre Estados Unidos y Canadá se debía a  la caída en la afiliación en el primero de esos países. Y lo que quizá  resultaba más relevante. Según Krugman, la sindicación actúa como una  especie de "paraguas" que no solo beneficia, como dije más arriba, a los  afiliados, sino a toda la sociedad trabajadora: "Para tener una  sociedad de clase media se necesita un movimiento sindical fuerte", dijo  Krugman. 
 Por eso, se puede decir que lo que buscan quienes se están dedicando en  España a debilitar a las organizaciones sindicales, a denigrar y  calumniar a sus dirigentes y al conjunto de los sindicalistas y  trabajadores y trabajadoras que se afilian a ellos, por muchos errores  que hayan podido cometer,  no es otra cosa que tratar de crear mejores  condiciones para disfrutar de sus privilegios. No buscan una sociedad  mejor, ni más austera, ni más libre, ni más productiva, ni siquiera más  favorables para el empresariado (porque cuanto más bajos sean los  salarios menos ganarán las empresas y cuanto peores condiciones de  trabajo haya, menos productivas serán). Solo buscan tener las manos más  libres y menos gente enfrente que esté dispuesta a impedir que sigan  siendo privilegiados a costa de los demás. 
 Algunos datos pueden dar idea de a dónde lleva el debilitamiento de los  sindicatos y la negociación de las condiciones de trabajo al margen de  ellos. 
 En Estados Unidos, en 1980 un 24% de los trabajadores estaban  representados por los sindicatos y en 2009, solo el 12,3% del total y el  7,6% de los del sector privado. 
 Pues bien, según las cifras del Departamento de Trabajo de Estados  Unidos, en 2009 la distribución de la renta había llegado a ser la más  desigual de los últimos treinta años y los salarios alcanzaban su menor  nivel sobre el total de las rentas en ese periodo. Según el Bureau of  Labor Statistics, en marzo de 2009 el salario de los trabajadores no  afiliados era un 20% menor que el de los afiliados, éstos disfrutaban de  derechos en salud, vacaciones y otros conceptos que los primeros no  tenían; el 78% de los afiliados tenía seguro médico frente a solo el 51%  de los no afiliados y el 77% de los primeros tenía planes de pensiones  frente a solo el 21% de estos últimos (Dave Johnson America Is Strong When Our Unions Are Strong). 
 Está claro, pues, lo que ocurriría en España si logran acabar con la  negociación colectiva y reducir a los sindicatos a su mínima expresión. Y  también por qué tratan de destruir a los sindicatos, por qué quieren  que los trabajadores y trabajadoras nos alejemos de ellos y qué es lo  que van a ganar si lo consiguen. Así que seremos sencillamente tontos si  en lugar de apoyar, por supuesto todo lo críticamente que haga falta, a  las organizaciones sindicales nos dejamos llevar por las cantinelas que  lanzan quienes quieren que desaparezcan. 
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