Jóvenes, ¡indignaos!


14 abr 2011


14.04.2011.- Desde ciertos sectores de la prensa, la política y la "inteligencia", se acusa a la juventud de parasitaria, de analfabeta, de aprovecharse de sus padres, de tirarse el día en la cama, de no aspirar a nada en la vida, de indolencia, de falta de ambición y, sobre todo, de consentidos y analfabetos sin preparación…

Pedro Luis Angosto, columnista de www.nuevatribuna.es

Al igual que unos cuantos amigos de mi generación, tuve la suerte de poder estudiar en la Universidad gracias al esfuerzo de mis padres y a una modesta beca, un privilegio, lo reconozco. Cuando terminé, en 1983, no había trabajo, ninguno. En mi especialidad, Geografía e Historia, convocaron dos plazas para todo el Estado. Muchos de mis compañeros, desesperados, se refugiaron en los negocios de los padres o prepararon oposiciones para auxiliares de juzgados, prisiones, correos o hacienda, oposiciones que no eran difíciles por el temario -se pedía bachiller elemental y que manejases diez o doce temas-, pero sí porque se presentaban cien personas por plaza. Pero, con todo, con la frustración que supone especializarte en algo para luego trabajar en otra cosa que nada tiene que ver con eso, no nos llamaban delincuentes, ni vagos, ni hijos de puta, ni macarras, ni gilipollas, ni analfabetos, ni egoístas. Gozábamos, en general, de la compresión de los nuestros y de la sociedad que veían que el esfuerzo y el empeño no habían tenido recompensa alguna.

Hoy, cuando somos más ricos aunque estemos en crisis, cuando deberíamos ser más educados y solidarios, cuando llevamos treinta y tantos años de democracia, desde ciertos sectores de la prensa, la política y la "inteligencia", se acusa a la juventud de parasitaria, de analfabeta, de aprovecharse de sus padres, de tirarse el día en la cama, de no aspirar a nada en la vida, de indolencia, de falta de ambición y, sobre todo, de consentidos y analfabetos sin preparación, porque la preparación y la buena educación fue la que recibimos quienes tuvimos la desgracia de pasar por las aulas franquistas con la foto del asesino y del ausente. ¡¡¡Presente!!!

Desde escritores premiados y con ventas millonarias a periodistas y tertulianos tediosos se ha extendido la costumbre de insultar a los jóvenes y responsabilizarles por completo de la situación en la que viven y de las pocas expectativas de futuro que de momento tienen, insistiendo una y otra vez en la permisividad con que han sido educados y en la maldita LOGSE que transformó el maravilloso sistema educativo franquista en una fábrica de dar títulos a pordioseros. La masificación de la enseñanza, el alargamiento de la misma hasta los dieciséis años -¡qué barbaridad!-, el descuido de los padres, el hedonismo y el cortoplacismo -dicen- son el caldo del cultivo en el que se ha criado toda una generación de jóvenes que no tiene cabida en esta sociedad, que se dedica a hacer la vida imposible a progenitores, maestros, ancianos y bedeles, que espera con ansiedad el día del botellón para embriagarse, escapar de la realidad y llenar la ciudad de mierda, con premeditación, alevosía y nocturnidad. Y es que, son como la mala yerba que crece dónde antes solían brotar las rosas más lindas, apestados a los que hay que meter en cintura como sea pero ya, sin esperar un día porque aquí no hay quien viva.

Vayamos por partes. La LOGSE pretendió crear un nuevo sistema educativo que se basara en el conocimiento empírico, exigía más trabajo al profesor, muchos más medios y más dedicación al alumnado. Era una ley bien intencionada pero que no aportó los medios necesarios para ponerla en práctica, cosa que si hicieron otros países del norte de Europa con normas similares. Dicha ley sólo la hicieron realidad una minoría de profesores vocacionales que entendieron cual era su finalidad, el resto continuó con el modelo de toda la vida. Empero, un sistema educativo que se precie no sólo tiene que alargar la enseñanza obligatoria hasta los dieciséis años, sino que tal como están las cosas debería hacerlo hasta los dieciocho pero con un montón de itinerarios que sirviesen para encaminar las aptitudes de todos y cada uno de los alumnos. Dicho esto, sabedores de la enorme falta de medios humanos y materiales de nuestro sistema educativo público -en el que se deberían invertir todos los dineros del Estado si queremos tener futuro-, es preciso, analizar otras partes del problema, pero reconociendo antes, pese a los cenizos, malajes y payasos que se dedican a hundir en la miseria con sus generalizaciones insultantes a nuestros jóvenes, que España tiene hoy la generación que sabe más idiomas, más matemáticas, más física, más economía y más informática de toda su historia. Negarlo, es negar la realidad y castigar de antemano a quienes se han sacrificado para tener un lugar en el mundo. Es verdad, existe una tremenda carencia en conocimientos humanísticos, pero precisamente ahora, cuando los mercados han montado una dictadura mundial, saber mucho de Platón, de Kant, de Donatello, de Giner de los Ríos, de Azaña, de Tolstoi o de Pérez Galdós, no ayuda a la emancipación económica de los jóvenes, lo que no justifica en ningún caso esa carencia, aunque ya me gustaría a mí ver a muchos de quienes critican a los jóvenes de hoy hacer un análisis de texto de los que se ponen hoy en segundo de bachiller. Yo al menos soy incapaz.

Pero a lo que íbamos. Gracias a la maldita política diseñada por Aznar y Rato, España se convirtió en un solar al calor de la ley del suelo elaborada por el Partido Popular y al grito de todos ricos en dos días. En ese contexto es dónde hay que ubicar el desastre que ha ocurrido con una parte de nuestra juventud. Hartos de estudiar materias que les resultaban incomprensibles o muy dificultosas, bien por su actitud, por su aptitud o por la ineptitud de padres y maestros, miles de muchachos abandonaron la enseñanza obligatorio o sacaron el título como fuese para dedicarse a la construcción, bien como peones, bien como agentes inmobiliarios, bien como vendedores de materiales o como propagandistas. Se ganaba mucho dinero y el consumo se disparó. Por todos lados surgieron tiendas de ropa, de perfumes, de gayumbos, de comida rápida, de bisutería, de cosas inútiles cuyos dueños reclamaban empleados jóvenes, muy jóvenes. Atraídos por la furia consumista, por la necesidad imperiosa de ganar dinero cuanto antes para comprarse una moto o un coche, otro montón de chicos y chicas en edad de formación, dejaron los estudios porque creyeron que el sueño que se les había inoculado se había hecho realidad. Llegó la crisis y comenzó el despido masivo en la construcción y, como consecuencia, en los comercios. Miles de jóvenes se encontraron entonces sin trabajo ni formación de ningún tipo. Habían seguido las reglas del mercado, habían creído que el mercado era algo serio, que tenía palabra y que su vida ya estaba solucionada.

Hoy, una parte de esos chicos se prepara, aprende idiomas, informática, contabilidad, van como locos de academia en academia, de tienda en tienda, de oficina en oficina. Otra parte, lamentablemente, se ha entregado y no hace nada, una minoría. Pero lo duro, lo más duro de todo es que tanto esos chicos que dejaron los estudios para entrar en el mundo laboral en condiciones nada favorables, como los que siguieron formándose, viajaron por Europa, aprendieron idiomas y se prepararon como nunca lo hizo ninguna generación anterior, apenas tienen expectativas laborales. ¿Por qué? Por muchas razones, entre otras porque la burbuja inmobiliaria ha hecho desaparecer una parte muy grande del tejido agro-pecuario, industrial y comercial de este país; porque asistimos a la mayor revolución tecnológica de la historia y la inversión de las empresas en tecnología no crea trabajo, lo destruye de manera brutal: Dónde antes se necesitaban cien personas para fabricar una cosa o prestar un servicio, ahora no se precisan más de diez y, por no alargarnos mucho más, porque no todo el mundo puede prepararse para llegar a la excelencia -palabra que cada vez me da más grima debido al tono clasista con que es usada- en los ámbitos de conocimiento más innovadores, que es dónde quizá pueda existir un nicho laboral, no sólo porque no se tenga la capacidad suficiente, sino porque en muchos casos tampoco se tienen los recursos económicos imprescindibles.

De modo que tenemos un problema muy grande. Una generación de jóvenes mayoritariamente muy bien preparados, una parte de esa generación que ha sido excluida del mundo socio-laboral y un mercado laboral inexistente para unos y para otros. Estamos, pues, ante una cuestión de Estado, la más urgente y perentoria de todas porque en ella nos va la vida. Cientos de miles de jóvenes ven pasar los mejores años de su vida mientras se les insulta y se les descalifica generacionalmente, pese a su interés, no tienen oportunidad de independizarse ni de contribuir al sostenimiento de lo público porque no tienen trabajo. Mientras tanto siguen los números clausus en los grados de formación, en las carreras que más salida tienen como Medicina o Enfermería, se suben las matrículas y tasas, se prolonga la edad de jubilación y la jornada laboral y se restringe la inversión pública, dándoles a entender que este mundo no es para ellos. Pues bien, es preciso que quienes gobiernan elaboren, cueste lo que cueste, planes para insertar laboralmente a los jóvenes eliminando cualquier traba para su formación, poniendo en práctica de verdad le Ley de Dependencias -lo que generaría miles de puestos de trabajo cuidando a personas mayores y a discapacitados-, invirtiendo en energías renovables, en la reconstrucción y reforestación racional y general del país, en la rehabilitación de los cascos históricos de nuestras ciudades, en el reciclaje científico y eficaz de residuos, en lo que sea menos consentir que toda una generación de jóvenes se pudra delante de nuestro ojos. Ya sé, dirán que no hay dinero, pues se quita de dónde sea, de sueldos de quienes más cobran, de coches oficiales, del Senado y las Diputaciones que no sirven para nada, de las subvenciones a la Iglesia, a los equipos de fútbol o a las fiestas patronales. Es cuestión de vida o muerte, de decencia y de respeto. Y si no se hace, desde aquí, como bien dicen Hessel y Sampedro, invito a todos los jóvenes de España a iniciar la revolución pacífica que termine con un orden injusto, perverso y suicida que además se permite el lujo de despreciarlos y arrojarlos al barranco de la exclusión perpetua.

P.D.: No se preocupen sus señorías ni la ciudadanía en general por el futuro de las pensiones, de no cambiar radicalmente las condiciones laborales y legales, los jóvenes de hoy en día sólo podrán acceder a una pensión no contributiva. Así que el futuro de las pensiones está garantizado para mucho tiempo, otra cosa el futuro…