Un artículo de Marta Rojo en www.nuevatribuna.es
Otro Primero de Mayo más. Es la 121 ocasión que se celebrará en España, si bien la primera vez, en 1890, los actos se trasladaron al primer domingo siguiente al primer día de ese mes. Porque en España el 1 de Mayo no fue día festivo hasta 1931, una vez proclamada la Segunda República. Ahí está para el recuerdo la inmortal fotografía de esa fecha en la que aparecen manifestándose del brazo el alcalde de Madrid, Pedro Rico, Miguel de Unamuno, Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero. Seis años después, el 13 de abril de 1937, Franco suprimió esa festividad, pues no le bastaba con exterminar al movimiento obrero. Quería también eliminar cualquier vestigio de la cultura y de los rituales del trabajo. El general, sustituyó, en una cruel ironía, el uno de mayo por el diez y ocho de julio –fecha del golpe de estado- como “fiesta de exaltación del trabajo”.
Como el general era ultracatólico, envió a su ministro Solís Ruiz a la concentración que el Vaticano convocó en Milán el 1 de Mayo de 1956, una especie de celebración alternativa a la del movimiento obrero. Desde ese año volvió a restaurarse en España la festividad del 1 de Mayo. Claro está que se hizo dentro de los parámetros de la dictadura, dando paso a las “demostraciones sindicales” en el estadio Santiago Bernabeu. Esas que organizaban los sindicatos verticales, con el general y su esposa en el palco y que filmaba el NO-DO. Consistían en una mezcla de tablas de gimnasia, bailes regionales y juegos florales. Todo bastante cutre, en el mejor estilo franquista. Luego, a partir de 1966/67, cuando el movimiento obrero alcanzó pujanza, el 1 de mayo también significaba en España el encarcelamiento “preventivo” por dos o tres días de todos aquellos activistas de las Comisiones Obreras que estaban fichados por haberse significado en la defensa de los derechos de los trabajadores. Con eso y televisando una corrida de toros la dictadura pretendía evitar “disturbios” callejeros ese día.
Más tarde, toda vez muerto Franco, como los sindicatos de clase fueron legalizados en abril de 1977, pensaron ingenuamente que podían convocar manifestaciones en todo el país para celebrar tranquilamente el Día del Trabajo. Así lo hicieron y de manera unitaria CCOO, UGT y USO. Pero como estábamos en plena transición política –ese modelo que quisimos exportar a América Latina, luego al Este de Europa y ahora al mundo árabe-, el señor ministro del interior consideró que lo mejor sería mandar a los antidisturbios a persuadir a los trabajadores de que manifestarse no era buena idea. Y, como cupo esperar, se emplearon a fondo en la tarea. En Madrid, les persiguieron hasta por los túneles del metro de Portazgo, pues la manifestación se había convocado junto al campo del Rayo, en el corazón de Vallecas. De paso, los chicos de la prensa, que estaban cubriendo el acontecimiento, también se llevaron lo suyo, tal y como relataba el diario “El País” del día siguiente. Para que no se nos olvide: el ministro del interior era Rodolfo Martín Villa –la flexibilidad laboral en persona, pues lo mismo preside el franquista SEU, que forma parte del gobierno Súarez o que ocupa plaza en los consejos de administración de Sogecable o Aguas de Barcelona-. El “premier”, ya está dicho, era Adolfo Suárez.
Así las cosas, el primer 1 de Mayo celebrado en libertad, después de Franco, fue el de 1978. Resultó masivo, como el del año siguiente, al que acudió, al igual que en 1931, el alcalde de Madrid. Entonces era el recién elegido Enrique Tierno Galván.
Los “grises” ya no existen. De manera que por ese lado nada hay que temer. Tampoco hay peligro de que el alcalde de Madrid vaya a la manifestación. Sin embargo, en al año IV d.c. (léase “desde la crisis”) llueven los mamporros. Quien ahora nos sacude con saña es la “mano invisible” del mercado, esa de la que hablaba Adam Smith. De manera que más nos vale retorcer ese brazo al viejo grito de “hagamos de este 1 de mayo una jornada de combate”, por los derechos de los trabajadores. Que será un viejo grito, sí; pero es mucho más moderno que Adam Smith.
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