Publicado en www.elpais.com
En España, como en todo el mundo, todos los días se vulneran demasiadas veces demasiadas leyes. En los países que disfrutan de una democracia, la autoridad competente toma las medidas oportunas y se castiga al infractor conforme a lo previsto en unos textos aprobados o, cuando menos, emanados de los Parlamentos donde están representadas las voluntades de todos los ciudadanos. Así que entre los más de 100.000 bares o restaurantes que hay en España, uno por cada 460 habitantes, la inspección, cuando lo ha considerado pertinente, ha impuesto multa o cierre a aquel bar de copas que supera los niveles de ruido o a ese restaurante de la esquina del que mejor ni decimos cómo estaba la cocina.
¿Qué tiene, entonces, de especial el asador de Guadalmina y su pinturero dueño? Tiene que su gamberra oposición a la ley antitabaco ha entrado como un guante en el tsunami de desfachatez y cutrerío de tantos medios de comunicación, surgidos como setas al calor de la TDT y la alegre acogida del PP, que han cogido al susodicho hostelero para hacer de él, ay, poco menos que el tercer integrante del trío Daoiz, Velarde y Arias. En realidad, José Eugenio Arias no fue mucho más allá de lo que ya explicó Aznar, que a él nadie le decía cuántas copas de vino podía beber.
Se trata del estilo chulesco que tanto gusta en esos ambientes que presumen de liberales y apenas si han pasado el rubicón del falangismo. Solo desde ese afán de ensalzar el lenguaje de cantina se puede entender que se aplaudan estas palabras del empresario Arias: "no voy a aceptar este atropello por parte de este Gobierno dictatorial, marxista y terrorista (...) Que tengan cuidado porque tengo unos cojones más grandes que los de ellos (...) Fui amenazado por la ETA y estos mierdas, estos socialistas asquerosos que tenemos en este país, que nos han arruinado a todos los españoles, no les tengo ningún miedo". Menos lobos porque, al final, el señor Arias cerró el local en cuanto aparecieron los uniformados. Por respeto al cuerpo, dijo el fanfarrón.
Pero hasta sus hinchas mediáticos saben que no le han cerrado el negocio por sus arreones fascistas. Se lo han cerrado por incumplir las leyes. Como a cualquiera.
Enlace permanente
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Daoiz/Velarde/Arias/elpepiopi/20110213elpepiopi_1/Tes